27 de junio de 2010

Entrevista con Héctor Recalde: "Lo que falta es democracia sindical interna"

No es el abogado del diablo, aunque para muchos empresarios Héctor Recalde es precisamente eso. El que asesora legalmente (y algo más) al cuestionado Hugo Moyano en la CGT. Y el que, desde su banca de diputado nacional kirchnerista y su condición de presidente de la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara baja, se convirtió en una usina infernal de endiablados proyectos de ley que causan euforia entre los trabajadores y, al mismo tiempo, les despiertan urticaria a demasiados hombres de negocios.
Recalde, uno de los principales abogados laboralistas del país, no es el típico letrado que se esconde en los vericuetos de las leyes para usarlas, asépticamente, en un sentido determinado o en otro diametralmente opuesto, según los deseos y los intereses del cliente de turno. "Descreo de los químicamente puros -afirma en la entrevista con Enfoques-. Cuando viene un constitucionalista y me dice: ´La Carta Magna dice tal cosa´, me hace acordar a lo que Jean-Paul Sartre escribía en Las manos sucias . Hay una ideología. Yo soy parcial. O, como en el poema de Mario Benedetti, incurablemente parcial. Nadie se equivoca conmigo. Saben que soy peronista y que defiendo a los trabajadores".
Esa parcialidad a veces lo ubica en posiciones polémicas, como cuando defiende incondicionalmente a Moyano ("un angelito negro", bromea) o como sucede cada vez que habla de su proyecto de ley ("todavía un borrador", según aclara), que permitirá la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, algo contemplado, advierte, en el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, pero para el cual no prevé tratar de llegar a consenso alguno con el sector empresarial. "La función de consensuar con los empresarios es de los sindicatos, no de los legisladores", dice.
Aun así, este abogado de 72 años, casado en segundas nupcias con la jueza laboral Graciela Craig, padre de Mariano (abogado y actual presidente de Aerolíneas Argentinas), Leandro (abogado y músico) y Mora (actriz) y abuelo de cinco nietos, admite que "hay algunos motivos concretos para la mala imagen de los sindicalistas", aunque se queja de que esas mismas razones "después se amplifican" porque "algunos quieren un mundo sin gremialistas". Y aclara: "Hay patologías, pero ¿en qué actividad no las hay?".
Recalde se recibió en 1961 y asesora a la CGT desde 1964, aunque comenzó a hacerse conocido cuando fue uno de los cuatro abogados de la central obrera en la época de Saúl Ubaldini (y lo acompañó incluso en su frustrada incursión en la política). Luego, siempre al lado del dirigente cervecero, militó en las filas del antimenemismo y siguió como abogado cegetista durante la gestión de Moyano, de quien se convirtió en uno de los principales espadachines durante el escándalo por los sobornos en el Senado o, como prefiere llamar a aquel caso, por "la ley Banelco".

Video: «Tengo coincidencias ideológicas con Moyano»
Su padre era colectivero de la línea 168 y cuando era chico le gustaba acompañarlo en su recorrido de La Boca a San Isidro. Hoy es dueño de uno de los principales estudios jurídicos del país y su fama se extendió cuando, en 2007, denunció ante la Justicia un intento de soborno por parte de dos empresarios vinculados a las empresas de ticket alimentarios que le ofrecieron 20 millones de dólares para que frenara en el Congreso un proyecto de ley que incorporaba los vales al sueldo.
-¿Sabe que usted es considerado el "cuco" de los empresarios argentinos?
-Hay una revista que me sacó en tapa y decía: "El diputado más temido por los empresarios". Cuando la vio mi nieta Julieta, me dijo: "Abuelo, ¿por qué te pusieron el más temido?". "No, se equivocaron", le contesté, quisieron poner que soy el más tímido. (Risas.) Si analizaran bien los proyectos se darían cuenta de cómo benefician a todos. Uno tiene que diferenciar entre los distintos, no entre los iguales. La política de los noventa fue diferenciar entre los iguales, como si hubiera trabajadores pequeños, medianos y grandes. Y las que son diferentes son las empresas. Uno tiene que apoyar a la pequeña empresa porque así ésta alimenta el mercado interno: si uno tiene buenos salarios consume, si consume hay mayor venta y, con mayor venta, mayor producción.
-La última polémica fue por su proyecto de ley que prevé la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas.
-Lo dieron como un hecho, pero lo estoy analizando. Todavía es un borrador. Me pueden atacar desde el marxismo porque podrían decir que complica a los trabajadores con la suerte de las empresas. Pero si la Constitución habilita a participar en las ganancias, no puede ser letra muerta.
-¿Buscará el consenso con los empresarios? Iniciativas así causan temor porque usted lleva el sello de Moyano y, se supone, el respaldo del gobierno nacional.
-La función de consensuar con el sector empresarial es de los sindicatos, no de los legisladores. Estoy de acuerdo en que todo el mundo opine, pero no en que se colegisle. Uno de los planteos es que esto va a espantar las inversiones. No se puede decir: "Y... está en la Constitución, pero no es bueno". Eso es anarquía. Si está en la Constitución hay que cumplirlo. Hay que ver cómo.
-¿Qué establece específicamente?
-La Constitución nacional, en el artículo 14 bis, dice que los trabajadores tienen derecho a participación en las ganancias. La estructura de ese párrafo es más larga: dice "con control de la producción y colaboración en la dirección". Yo tomé la primera parte. Pero cuando se instalan, se demonizan las cosas. Se instala el miedo, el temor, dicen que viene el "Soviet", poco menos.
-Muchos empresarios lo creen así, que el proyecto es para meter a los trabajadores en la conducción de las empresas. Por algo el titular de la UIA, Héctor Méndez, dijo que usted tendría que irse a vivir a Cuba...
-Participación en las ganancias no es conducción en las empresas. Por eso segmenté lo que dice la Constitución, no soy tan ingenuo. Cuando uno define qué es ganancia va a advertir que no se puede demonizar el proyecto. Si premio al que invierte y al que lo hace le digo que si reinvierte no paga el impuesto a las ganancias, por ejemplo, estoy favoreciendo el alza de la tasa de actividad. Y algo que la Argentina necesita son inversiones. Discutámoslo. ¿Por qué hay temas tabú?
-¿No hay otras prioridades más que ésta, que despierta tanta controversia?
-He presentado sólo este año 116 proyectos. Una prioridad que tenemos es el estatuto de trabajadoras de casas particulares, que reemplaza ese viejo decreto ley de 1956 sobre trabajo doméstico, para darle una categoría a ese trabajador como a cualquier otro. El otro proyecto que presenté hace tres meses es sobre la necesidad de que exista un derecho penal laboral. Algunas violaciones a los derechos de los trabajadores tienen que tener pena de prisión. Por ejemplo, explotar el trabajo infantil. Le he pedido a la Comisión de Legislación Penal que lo trate con prioridad, aunque no lo estoy logrando. Con esos casos uno se conmueve: en un lugar en Santa Fe usaban a los chicos de señaleros para que la avioneta pudiera fumigar en un campo. O los chicos que están con el ajo, juntando huevos, con el tabaco, con el algodón.
-¿Influye la sombra de Moyano para trabajar como legislador? Usted es diputado nacional del kirchnerismo, pero sigue siendo asesor legal de la CGT, ¿no?
-Lo que pasa es que con Moyano tengo unas coincidencias ideológicas muy importantes. Y una confianza recíproca muy importante.
-¿Estas coincidencias incluyen los bloqueos de Moyano a las empresas, los métodos vinculados con la violencia? ¿Eso no le hace ruido a un hombre del Derecho como usted?
-Soy enemigo de la violencia. Tengo alguna experiencia de relaciones con muchos secretarios generales de la CGT. Moyano acumuló mucho poder sindical y político, pero tiene la mentalidad de un dirigente de base. Y es extraordinario el ejemplo del bloqueo a las empresas periodísticas. ¿Qué pasaba? Con la distribución había cooperativas de trabajo truchas, violadoras de la ley, que tenían trabajadores en negro. La ley permite decidir "la huelga y demás medidas legítimas de acción sindical". Un bloqueo de dos horas en la salida de distribución de LA NACION y Clarín se vivió como un ataque a la libertad de prensa. Quince días después, en el diario El País de España, los periodistas pararon dos días seguidos porque querían tercerizar unos servicios...
-O sea que el fin justifica los medios?
-No, eso lo dice usted. El derecho de huelga es el derecho a hacer un daño. Cuando uno piensa en una normativa jurídica, dice: ¿pero cómo el derecho a hacer un daño? Es decir, si a un heladero le decís que puede parar en invierno, no tiene capacidad de presión para defender su derecho. ¿Qué puede hacer un trabajador para defender su derecho? Huelga, bloqueo. En este caso, dos horas de bloqueo. El único que se muere si no lee el diario a la mañana es Recalde. La gente no se muere por no leer el diario a la mañana.
-Que no se muera no quiere decir que no tenga derecho a recibirlo como todos los días. Además, en este conflicto pareció que había una decisión política de usar a Moyano contra los diarios considerados opositores.
-Está equivocado. ¿Cómo termina el conflicto? Blanqueando a los trabajadores. Aplicando el convenio colectivo que corresponde. ¿Qué pasó después? Nada. Tampoco con los hipermercados, que tenían como empleados de comercio a quienes hacían trabajos de logística. No hay un fin ulterior o extraño a la labor sindical y la obligación que tiene Moyano es defender los derechos de los trabajadores camioneros.
-¿Moyano tiene algo de alguno de los dirigentes sindicales que usted conoció?
-Tiene un estilo propio. Aparte, con muchas más riquezas que las que se notan. Y una polifacética mirada. Habla de boxeo, de fútbol..
-Entonces Moyano es un angelito. (Risas.)
-Me hace acordar esa canción que decía "¿por qué prefieren a los angelitos rubios?" (Risas.) Es un angelito negro. Con sentido del humor. Cuando empezaron a correr las versiones de que quería ser candidato a presidente o a gobernador, me dijo: "Lo único que falta es que me propongan de candidato a Papa, así hay un Papa negro".
-¿El no va a ser candidato a gobernador?
-El dijo que no. Lo que está haciendo es buscar que los trabajadores tengan mayor participación en la cosa pública. Una frase que repite es histórica: "Que el movimiento obrero deje de ser un grupo de presión para ser un factor de poder".
-¿Que lo logre de qué forma?
-Por ejemplo, con mayor participación en el Parlamento. Moyano dijo: "Por qué no se puede pensar que alguna vez va a haber un presidente de la Nación surgido de las filas del movimiento obrero. Tal vez mi generación no lo vea -dijo-, pero por qué no."
-¿Lo ve como una especie de Lula?
-Como Lech Walesa, como Lula. No sé qué es lo que hizo Lula, pero lo que hace Moyano es tratar de construir un poder sindical.
-Graciela Ocaña le apuntó al Moyano que está de los dos lados del mostrador: como sindicalista y como empresario, con su familia en empresas que son proveedoras de obra social y construyen obras para el gremio.
-A mí me llamó la atención cómo Ocaña iba a desayunar con Moyano al sindicato. En ese momento no hablaba de esto. Me parece que la que cambió, en realidad, fue Graciela Ocaña.
-Ella dice que, a medida que quiso ponerle límites a Moyano con el manejo de los fondos de las obras sociales, empezaron a cercarla políticamente en el gobierno.
-No es mi especialidad, pero los fondos de las obras sociales son de los trabajadores, y no pueden estar incorporados al presupuesto de la Nación. ¿Por qué Moyano tiene tanto apoyo de los camioneros? Cuando se inaugura el sanatorio Antártida, que venga Graciela Ocaña a ver dónde está el dinero de los trabajadores camioneros. El abarata costos sin la intermediación. No hay costos más baratos que los que él consigue a través de estas empresas, una que administra la mujer.
-¿A qué atribuye la mala imagen de los sindicalistas en la sociedad?
-Algunos motivos concretos hay. Después se amplifican también. Horacio Verbitsky escribió un libro que se llama Un mundo sin periodistas. Y hay muchos que quieren un mundo sin sindicalistas. Que hay patologías, seguro. ¿En qué actividad no las hay? ¿Entre los empresarios? Puedo dar testimonio de que hay patología: la denuncias que hice por los ticket canasta tenían que ver con un soborno de 20 millones de dólares.
-¿Debería haber más controles sobre los sindicalistas, sobre su patrimonio?
-El control debería ser una mayor participación de los trabajadores. Por otra parte, no es cierto que no haya libertad sindical en la Argentina. Tenemos unos 3000 sindicatos. Un trabajador se puede afiliar, no afiliar y si se afilió puede desafiliarse. Ni Einstein cuestionaría que es absoluta esta libertad. Lo que falta es democracia sindical interna. Ahí encuentra uno la patología.
-¿Por qué?
-Por la cuestión del poder... Aunque los cuestionamientos de fraude se dan también en una interna de un partido. Es patológico y forma parte de la condición humana. Uno tiene que sostener la democracia sindical interna y promocionar la participación de los trabajadores. Es decir, pluralidad hacia adentro y unidad hacia fuera.
-El hecho de que no haya renovación, con las mismas caras durante 20 o 30 años es un factor importante para la mala imagen.
-Es muy difícil formar un dirigente sindical. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales el que triunfa en la representación se mantiene. Aunque he visto a muchos dirigentes que tienen listas opositoras y siguen ganando. Muchos.
-También es cierto que cuando los políticos llegan al gobierno prefieren negociar con alguien como Moyano y no con alguno de "la zurda loca", como diría el metalúrgico Juan Belén. Lo mismo pasa con los empresarios. Hay una especie de complicidad...
-No, complicidad es una palabra muy fuerte.
-Por más escozor que provoque Moyano, los empresarios seguro que están más contentos con él que si tuvieran que negociar con un dirigente de subterráneos o de Kraft.
-Me cuesta mucho personalizar en el dirigente que pueda tener una actitud muy fundamentalista, ultrista, porque lo hace guiado por un fin noble: tratar de defender lo mejor posible. Como no quiero dar casos no quiero hablar de Kraft. (Se ríe.) Es una muestra de democracia sindical. Ganó la comisión interna y se le respetó el mandato. Es la oposición a la conducción del sindicato, pero hay que respetar la decisión de los trabajadores.
Fuente: LA NACION

MANO A MANO

A Héctor Recalde se lo critica por muchas cosas (hasta algunos le cuestionaron que defienda a los trabajadores y viva en Barrio Parque, uno de los más caros de la ciudad de Buenos Aires), pero incluso sus adversarios más firmes le reconocen coherencia, honestidad intelectual y capacidad de trabajo. Lo conozco desde hace más de 20 años y admito que me costó entrevistarlo, aceptar algunos de sus argumentos, hacer frente a su rapidez y a su picardía para contestar e incluso desviar el eje de algunas cuestiones urticantes. ¿Es el otro yo de Hugo Moyano, su cara presentable? Mucho de lo que en el dirigente camionero aparece en su estado más salvaje, Recalde lo suele traducir con argumentos civilizados y jurídicos. Es cierto que no engaña a nadie: admite que no cree en los imparciales y en los químicamente puros. Eligió un sector, una trinchera. Quizá por eso me sonaron lógicos algunos argumentos naif para defender a Moyano, así como entendibles, en su condición de fiel kirchnerista, sus duras críticas al periodismo. Lo que tengo que admitir es que aceptó sin condicionamientos un extenso diálogo. Algo que, hasta el momento, me resultó imposible de lograr con el propio Moyano.

Vivir y morir pobre en Bariloche

La politóloga María Esperanza Casullo analiza las dos ciudades que conviven en Bariloche: el “Bajo”, turístico y de clase media, y el “Alto”, pobre e invisibilizado. El papel de la policía en esa fragmentación. Y el silencio político y mediático.
Por María Esperanza Casullo *
Es muy duro ser pobre en la Patagonia. Es duro ser pobre en todos lados. Pero imagínense ustedes vivir sin gas, sin agua y sin cloacas en ciudades donde en otoño llueve durante tres meses seguidos y en invierno hace 10 grados bajo cero y se acumulan 40 cm de nieve y hielo. Vivir en casillas de madera y chapa, calefaccionándose con leña, siempre robada o conseguida de manera furtiva, o quemando lo que uno encuentre, en lo alto de la meseta (los barrios pobres están siempre en los lugares más altos y más inhóspitos de la meseta), en una región famosa por su viento de más de ochenta kilómetros por hora. Imagínense vivir a kilómetros de los centros urbanos, en un lugar en el que el colectivo pasa a horarios impredecibles, y donde hay que esperar cuarenta minutos debajo de la lluvia o la nevisca.
En los barrios de casillas de las ciudades patagónicas (que tienen nombres como “El Cañadón de las Cabras”, “El Buenos Aires Chico” o “Toma 15”) hay, cada invierno, decenas de muertes por monóxido de carbono e incendios, ya que la leña o el carbón se queman, en general, en tachos o braseros.
En uno de estos barrios de la meseta una pediatra que conozco le preguntó a un paciente cuántos años tenía. La respuesta fue “no sé”. “Bueno, ¿cuándo te festejan el cumpleaños?” “No sé. ¿Qué es un cumpleaños?”, fue la respuesta.
Ahora, si es duro ser pobre en la Patagonia, es aún más duro ser pobre en Bariloche.
Porque Bariloche no es una ciudad, sino dos. La geografía misma organiza esta doble identidad: de un lado del cerro, hacia el lago, está el Bajo. Del otro lado, hacia atrás, hacia la meseta, está el Alto.
El Bajo es una ciudad rica, dedicada al turismo y al ski y llena de camionetas cuatro por cuatro. La ciudad del centro, el Bajo, se imagina a sí misma suiza o alemana. Es una ciudad que organiza su famoso desfile de “colectividades extranjeras”, pero que en realidad es el desfile de los descendientes de alemanes, austríacos y suizos, ya que no desfilan ni los descendientes de chilenos ni los miles de bolivianos que ahora viven allí. Es una ciudad en donde el Ejército y la Iglesia tienen todavía una gran presencia. Es la ciudad en donde hubo una marcha de vecinos para pedir que no extraditaran a Erich Priebke.
El Alto, del otro lado de la cadena de cerros que le da a Bariloche su espectacular vista, no tiene nada de eso. No tiene asfalto, no tiene gas, no tiene cloacas y no tiene casi transporte público. No tiene vista al Nahuel Huapi, ni a ningún otro lago. Tiene, o tenía hasta hace poco, el desempleo más alto de la provincia de Río Negro. No tiene hospital, no tiene basurero. Tiene mucha población joven, altas tasas de delito y muchos homicidios, varios de ellos a manos policiales.
Gracias al cerro que los oculta, los habitantes del Bajo no sólo no comparten la ciudad con los del Alto, sino que ni siquiera los ven. Con sólo no pasar nunca “del otro lado”, es perfectamente posible hacer como que los del Alto no existen.
Salvo, como me dijo una barilochense, que un día los del Alto “bajen”. Que bajen para matar o robar. Que bajen para alterar el equilibrio natural de la ciudad que, en realidad, son dos.
Casi el único contacto que tienen las dos ciudades entre sí es, la mayoría de las veces, la ocasión de un delito o un hecho de violencia. (Y el trabajo en servicios, claro está. Según leí, uno de los adolescentes asesinados trabajaba en las cocinas del Hotel Llao Llao, emblema de la cultura del lujo no ya nacional, sino mundial. Lo esperable, sin embargo, es que luego de la jornada de trabajo se produzca el retorno a los barrios del Alto sin más.)
El manejo de la aduana de frontera, simbólica y real, entre el Bajo y el Alto, queda obviamente a cargo de la policía de la provincia de Río Negro. Una policía cuyo principal rol, a ojos de la comunidad, es asegurar que Alto y Bajo no se crucen.
Una policía cuyo lema es “soporta y abstente”. Una policía que está, como casi todas las policías provinciales de nuestro país, autonomizada del poder político, salvo cuando éste, por afinidad electiva, ordena reprimir. Una policía que tiene antecedentes de casos muy similares en Viedma y otras ciudades.
Y así murieron tres personas, dos de ellas adolescentes, bajo balas policiales.
Y, como no son de la ciudad del Bajo, sino de la ciudad del Alto, esas muertes tienen otro precio. Un precio, digamos, más bien bajo.
Quedan de esta situación tres interrogantes.
Primero, cómo puede superarse una situación de fragmentación social tan intensa. No sólo en términos prácticos (aquí claramente sería necesaria una inversión estatal intensísima en infraestructura urbana, en educación y salud) sino, más aún, culturales y simbólicos. En estos días hubo en Bariloche no una, sino dos marchas en apoyo a la policía provincial y en reclamo de seguridad, cuando aquí de lo que hablamos es de ejecuciones sumarias. Esto habla de una comunidad que no reconoce a los asesinados como hijos propios, que no se da a sí misma ni siquiera un momento de duelo, que se abroquela en las mismas posiciones. Que lo único que pide es que reconstruya la frontera entre las dos ciudades, volver al orden natural que no debería haberse roto.
El segundo tiene que ver con el silencio atroz de la política. El gobernador radical Saiz pidió “no politizar la tragedia” y no dijo nada más. Hasta ahora, sólo anunció el traslado de una comisaría. No dijo nada de qué pasará con los responsables, ni anunció reformas en una policía que tiene un historial horroroso. Tampoco ha dicho nada sobre este caso el gobierno nacional, aliado del gobernador. Obviamente, este silencio disminuye las posibilidades de darle una salida negociada y productiva a la situación.
El tercero es el silencio de los diarios provinciales y nacionales. El principal diario rionegrino sólo le da voz al temor de comerciantes del Bajo a que “vuelvan a bajar” los del Alto. Pero otros diarios, de perfil más progresista, incluyendo a Página/12, trataron estas muertes de manera anecdótica o marginal. Esto habla, según creo, del default ideológico del progresismo con respecto al tema de la seguridad ciudadana, y de la urgencia de construir una agenda y un discurso progresista acerca de la demanda de seguridad y de sus políticas públicas que vaya más allá de un discurso académico que vincula pobreza con delito. No alcanza con mostrar que las tasas de criminalidad han bajado en los últimos años. No alcanza con denunciar la “sensación mediática” de inseguridad. Los gobiernos progresistas necesitan descubrir qué hacer con la demanda ciudadana de seguridad, qué hacer para subsumir las fuerzas de seguridad al poder civil, y qué hacer para bajar las tasas de delito de manera a la vez efectiva y respetuosa de los derechos humanos. Mientras estas políticas públicas y estos discursos no existan, la seguridad seguirá siendo el puntal de una derecha cultural que naturaliza y legitima el uso de las fuerzas de seguridad como garantes y sostenedores de la dominación represiva de amplios sectores sociales.
* Politóloga. 
Editora de 
Artepolitica.com